Era sólo cuestión de tiempo, para doblar la esquina, y tener frente a mí la visión que tanto deseaba. La tenía frente a mí, a través del umbral de la puerta trasera de la tienda familiar, justo detrás del mostrador, ahí me esperaba sin esperarme. Ya se estaba anocheciendo el cielo, el crepúsculo estaba próximo, ella contaba con mi presencia en el callejón. Volteó sin titubear, de reojo me divisó, sonrió. Al acercarme, note en su vestimenta que estaba esperándome, unas mallas entalladas color naranja, una blusa delgada blanca, su figura quedaba marcada en su ropa, ella lo sabía y yo lo deseaba. Éramos parientes, lejanos, pero parientes al fin y al cabo, mi tía, prima de mi padre, estaba sentada en el umbral del negocio, a punto de marcharse, me vio llegar por la puerta de atrás, nos saludamos. No era nada raro verme por ahí, era su principal comprador de golosinas y refrescos embotellados, a esa hora siempre llegaba a pasar el rato, haciéndoles compañía.
Cuando el sol se ocultaba, mi tía se despedía y nos dejaba solos. Siempre discretos, siempre enamorados. Al fin quedados solos, me iba detrás del mostrador, a platicar más de cerca, a llenarla de besos en la mejilla, a acariciarla, a abrazarla. Su cuerpo deseaba el roce del mío, éramos tan sólo dos infantes precoces, dos amantes inocentes. Mis manos rozaban sus brazos, mi respiración hacía eco en sus oídos, mis brazos rozaban sus senos excitados, sus muslos excitaban mi sexo virginal. Así nos pasábamos las noches, siempre y cuando no llegarán clientes, yo siempre detrás de ella, ella siempre le dio valor a mis vacaciones. A veces, yo deseaba con todas mis fuerzas cerrar la tienda en cuanto se iba mi tía, pero en esa ocasión, sus mallas entalladas color naranja, aumentaron mis deseos, los besos inocentes, pasaron a otro estado. Sus labios por primera vez se conectaron con los míos, mis manos acariciaron sus muslos anaranjados, su lengua hacía malabares en mi boca, su cuerpo deseaba pertenecer al mío, la pasión nos arrinconó entre las latas de verduras y el refrigerador de los productos lácteos, el parentesco se fue al carajo, nuestras miradas ya no tenían miedo, y nos dejamos llevar. Con la tienda aún abierta, con la gente pasando por la acera, con la adrenalina al tope porque algún familiar entrase, mi respiración fue la misma que la de ella.
Entregados por completo al deseo carnal, con la ropa puesta y la tienda abierta, a lo lejos unos ojos nos observaban. Las vacaciones estaban próximas a terminarse, y las caricias no llegaron a ninguna parte. Éramos dos amantes precoces, ella era mayor que yo. Nadie nos dijo nada, simplemente nos separamos, su respiración era inestable, mi corazón estaba próximo a reventarse. Nos dijimos adiós como todos los años anteriores, pasó un año para volver a esas tierras lejanas de mi cotidianeidad. Al momento de llegar, mis pies salieron corriendo del vehículo, mi corazón ya estaba dando vueltas a la manzana, mi mirada quedó estupefacta, era mi tía la que estaba por detrás del mostrador. Mi apetito se fue por los suelos, salió arrastrándose en dirección de mis sueños. La habían mandado lejos, eran de su abuelo los ojos que nos miraban esa noche a lo lejos. Nos separaron muchos años, ella se hizo mujer, yo tarde unos años más en convertirme en todo un hombre. Nunca dejé de pensar en ella, ella simplemente se olvidó de mí. Regresó de vacaciones una temporada, con un bebé en brazos y otro en proceso de gestación, un marido y un recuerdo olvidado. Nos dijimos “hola”, y ya no vi en sus ojos ese amor que muchas noches nos unió inocentemente detrás del mostrador. Ahí dijimos “adiós” sin decir ninguna palabra. Yo seguí mi camino, ella se alejó del mismo.
Aún cierro los ojos y siento sus muslos rozando mi entrepierna, sus mallas entalladas color naranja, su blusa blanca casi transparente, sus labios besando los míos, su calor envolver mi frío. Aún le digo “adiós” cuando paso por donde estaba la tienda, aún le pido a mi corazón que me lleve detrás del mostrador, aún quisiera cerrar la tienda…y perder la cabeza por su amor.
Cuando el sol se ocultaba, mi tía se despedía y nos dejaba solos. Siempre discretos, siempre enamorados. Al fin quedados solos, me iba detrás del mostrador, a platicar más de cerca, a llenarla de besos en la mejilla, a acariciarla, a abrazarla. Su cuerpo deseaba el roce del mío, éramos tan sólo dos infantes precoces, dos amantes inocentes. Mis manos rozaban sus brazos, mi respiración hacía eco en sus oídos, mis brazos rozaban sus senos excitados, sus muslos excitaban mi sexo virginal. Así nos pasábamos las noches, siempre y cuando no llegarán clientes, yo siempre detrás de ella, ella siempre le dio valor a mis vacaciones. A veces, yo deseaba con todas mis fuerzas cerrar la tienda en cuanto se iba mi tía, pero en esa ocasión, sus mallas entalladas color naranja, aumentaron mis deseos, los besos inocentes, pasaron a otro estado. Sus labios por primera vez se conectaron con los míos, mis manos acariciaron sus muslos anaranjados, su lengua hacía malabares en mi boca, su cuerpo deseaba pertenecer al mío, la pasión nos arrinconó entre las latas de verduras y el refrigerador de los productos lácteos, el parentesco se fue al carajo, nuestras miradas ya no tenían miedo, y nos dejamos llevar. Con la tienda aún abierta, con la gente pasando por la acera, con la adrenalina al tope porque algún familiar entrase, mi respiración fue la misma que la de ella.
Entregados por completo al deseo carnal, con la ropa puesta y la tienda abierta, a lo lejos unos ojos nos observaban. Las vacaciones estaban próximas a terminarse, y las caricias no llegaron a ninguna parte. Éramos dos amantes precoces, ella era mayor que yo. Nadie nos dijo nada, simplemente nos separamos, su respiración era inestable, mi corazón estaba próximo a reventarse. Nos dijimos adiós como todos los años anteriores, pasó un año para volver a esas tierras lejanas de mi cotidianeidad. Al momento de llegar, mis pies salieron corriendo del vehículo, mi corazón ya estaba dando vueltas a la manzana, mi mirada quedó estupefacta, era mi tía la que estaba por detrás del mostrador. Mi apetito se fue por los suelos, salió arrastrándose en dirección de mis sueños. La habían mandado lejos, eran de su abuelo los ojos que nos miraban esa noche a lo lejos. Nos separaron muchos años, ella se hizo mujer, yo tarde unos años más en convertirme en todo un hombre. Nunca dejé de pensar en ella, ella simplemente se olvidó de mí. Regresó de vacaciones una temporada, con un bebé en brazos y otro en proceso de gestación, un marido y un recuerdo olvidado. Nos dijimos “hola”, y ya no vi en sus ojos ese amor que muchas noches nos unió inocentemente detrás del mostrador. Ahí dijimos “adiós” sin decir ninguna palabra. Yo seguí mi camino, ella se alejó del mismo.
Aún cierro los ojos y siento sus muslos rozando mi entrepierna, sus mallas entalladas color naranja, su blusa blanca casi transparente, sus labios besando los míos, su calor envolver mi frío. Aún le digo “adiós” cuando paso por donde estaba la tienda, aún le pido a mi corazón que me lleve detrás del mostrador, aún quisiera cerrar la tienda…y perder la cabeza por su amor.
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