La oscuridad cubría todo lo que sus ojos podían divisar. Pero no era una oscuridad cerrada completamente, tal vez no brillaban las hojas de los árboles como si los haces de luz chocaran contundentemente contra ellas, pero si podía apreciarlas detalladamente. El olor a humedad impregnaba el aire, sus ropas empapadas por el sereno que bajaban de las copas de los árboles, de repente, lo sofocaron, forzándolo a detener su andar. Cubrió con una mirada todo aquello que lo rodeaba, se giró 360º sobre su propio eje y la imagen que llegó a su cerebro, fue la misma, la tierra lodosa brillaba por la saturación, toda la vegetación lucía un color ocre verduzco. No se podía apreciar fauna alguna, sin embargo, retumbaban en sus oídos el trinar de los pájaros, el croar de las ranas, el ulular de los búhos, el graznido de cuervos, el grillar de los grillos, todo aquello era un concierto que desorientaba aún más a los sentidos.
Se sintió perdido, completamente desorientado. El sudor manaba de sus poros, aumentando la sensación de ahogo. Su cuerpo se encontró invadido por pequeños insectos, que le reptaban las piernas, le zumbaban los oídos, se estrellaban en sus ojos, se le metían por los orificios de su nariz; desesperado, desubicado, punzado y carcomido, corrió despavorido, internándose cada vez más en aquél bosque oscuro, cerrado. Con la mirada desorientada a causa del pánico, volteaba al frente, regresaba la mirada hacia atrás, izquierda y derecha y… ¡zas! Cayó derribado por una rama gruesa que sobresalía de un frondoso árbol.
Incorporándose con la espalda lodosa, con el cabello empapado, y el orgullo destrozado, se encontró en un nuevo agujero. Oscuro, tenebrosamente oscuro, que nacía en las raíces de aquél árbol que momentos antes había detenido su desesperado andar. Harto del bosque, se internó en aquél sendero empedrado. Caminó en la oscuridad, palpando las paredes rocosas, sirviéndose de su instinto para continuar, la cueva lo devoró en sus adentros. Bajo sus pisadas, se escuchaba el crujir de ramas secas, de piedras frágiles y uno que otro insecto de cascarón. Sus latidos resonaban en la profundidad de aquél viejo sendero cubierto por grandes bloques de piedra, no podía divisar ni siquiera su propia nariz, paseaba sus manos por enfrente de sus ojos y no las pudo apreciar, su mirada no se había acostumbrado a tanta oscuridad. Su cuerpo sintió frío, sintió correr a través de las paredes rocosas, pequeñas corrientes de agua, sus pies chapotearon un par de charcos que de repente se formaron en su recorrido, la fría humedad de las profundidades hacían mella en él otra vez.
Se sintió temeroso, completamente atemorizado. El frío le impedía respirar con tranquilidad, sentía cómo, de repente, de su boca y nariz manaban fuertes y espesas corrientes de humo, su cuerpo comenzó a congelarse, su corazón retumbaba en su caja torácica, la sangre se le subía a la cabeza, no podía pensar. Avanzó sin detenerse, aún si saber por dónde y sobre qué posaba sus pisadas, prefería mantenerse en movimiento en aquella terrible soledad: oscuridad y un gélido silencio. De repente, sin percatarse de nada, tropezó y comenzó a descender rápidamente. La rapidez de su caída y el choque de su cabeza con la dura pared de piedra lo desmayo.
No supo el tiempo ni la distancia que estuvo en picada, él despertó y sintió su cuerpo desmayado encima de un suelo frío y húmedo, sin embargo, a diferencia del piso anterior, en la lejanía apreció una luz en el horizonte, incorporándose sobre sus piernas, todo débil y preocupado, reanudo su andar, con más ganas que con fuerzas, emprendió su camino hacía aquella luz de esperanza que había al final de ese viejo túnel. Caminó más precavido, se apegó a las paredes, lentamente caminaba apoyando secamente un pie tras otro pie hasta cerciorarse que pisaba sobre seguro. Ahí abajo, el clima volvió a ser diferente, esta vez su cuerpo sudaba, sintió que las suelas de sus botas se le calentaban incontrolablemente, no podía mantenerse mucho tiempo estático. El sudor ya la emanaba de los pliegues de su roída piel, se sentía a cada paso más débil, podía mirar más de cerca aquella brillante luz que lo motivaba a seguir decidido. Sus pasos resonaban en la profundidad de aquella gruta, su respiración y sus gemidos sustituyeron a los sonidos que lo desesperaron arriba, en el bosque; maldecía haberse separado del camino soleado y fácil, sentía que no iba a poder llegar hacía aquella luminosidad que le flanqueaba la dirección de sus pasos. A lo lejos, escuchó caer agua, cantidades enormes de agua produciendo un escándalo en sus tímpanos, sintió más fresco el piso sobre el cual se movía y se detuvo unos instantes, cada vez más cerca estaba la salida, se volteó sobre sus hombros para intentar divisar o imaginarse el recorrido efectuado, se recostó sobre el suelo húmedo y cerró sus ojos, y descansó.
Se sintió en paz, completamente descansado. Abrió los ojos y se descubrió bañado de luz, empapado de agua, respirando la frescura de un campo primaveral, divisó la belleza del panorama, enjugó sus parpados con sus manos, se había acostumbrado a la oscuridad. Se detuvo unos instantes en el umbral de la montaña, recorrió con su mirada la grandeza de l descubierto, una lágrima recorrió sus mejillas, lanzó un suspiro perdido al aire, aspiro un par de bocanadas de libertad. E ingresó en la profundidad de la oscuridad para no salir nunca más.