¿Vivir por vivir o vivir para morir? Se preguntaba mientras se perdía en sus cavilaciones. Tenía 29 años de vida, bien o mal vividos pero ya llevaba una cantidad considerable de años respirando en el mundo. En ocasiones se preguntaba ¿Qué sucedería si cerrara los ojos y nunca más los volviera a abrir? La muerte es un estado de transición, no necesariamente un renacer del cuerpo, sino un proceso de regeneración del alma, por darle un nombre menos bíblico al supuesto “espíritu”. Tenemos nuestros días contados en el mundo de los vivos, eso está definitivamente claro, y el hecho de esperar cumplir con un plan previamente detallado, y darle un sentido original a la vida, es una pérdida de tiempo. La vida supone una serie de sinuosas veredas que nos llevan en todas las direcciones posibles de sentimientos y pensamientos, en ocasiones se ramifican en infinitos vástagos que jamás recorreremos.
¿A qué sabe la muerte cuando estamos vivos? Indudablemente a ansiedad, a ese temor incuestionable por lo desconocido. La muerte es la triste y solitaria encargada de arrebatarle al cuerpo la esencia de la vida, el alma, sin complejos prejuicios de por medio; todos somos almas en venta cuando se trata de morir. ¿Para qué vivir una vida esperando la muerte? Aunque, efectivamente, suene contradictorio, vivimos la muerte en nuestros subconscientes. En lo particular, abrazo la idea de una muerte sorpresiva y espontánea, y no es por cobardía, sino para evitar causar penas y llantos a los demás que me sobrevivirán. El que agoniza es el peor de los egoístas, es la llama que permanece encendida cuando la embiste el viento. Siempre he sido de la idea de morir, relativamente, joven; al menos disfrutar la vida plenamente siempre y cuando goce de la mayor parte de mis capacidades físicas y mentales, tengo miedo de depender de la “caridad” de los demás, de absorber el tiempo y la vida de los que me rodean, odiaría ser un bulto al que los hijos u otros parientes se rotan indiscriminadamente.
¿La muerte es menos poética que la vida?
La fría carencia de esperanza, envuelta en soledad,
Entre huesos y cenizas, necrópolis erigida ciudad,
Donde la luz pernocta en la eternidad,
Los sueños se materializan en recuerdos, la vida en estado de caducidad.
Dejaría el oxígeno en el aire, las palabras en igualdad,
La gélida materia de la mente, el cálido latir visceral,
Eternidad en un instante, el cuerpo y el alma en perfecto estado de libertad,
El cuerpo en cenizas al mundo a alimentar, el alma al viento vuela hacia la eternidad.
Saborea la muerte, es dulce néctar que se sirve, como la venganza,
Con los ojos bien cerrados, en un plato helado, y en la oscuridad de la soledad,
Vestida con harapos, desnuda al tacto, celosa amante y musa ejemplar,
Invisible en la fanfarria, los libertinos danzan con su sombra hasta la madrugada.
Dama incomprendida, le roba sueños a la humanidad,
El tiempo es su aliado en la lejanía, su señuelo la ansiedad,
Dama fría y decidida, abrázame y dame cobijo en la eternidad,
Cuando llegue mi hora será porque dejé vida plena detrás.
¿A qué sabe la muerte cuando estamos vivos? Indudablemente a ansiedad, a ese temor incuestionable por lo desconocido. La muerte es la triste y solitaria encargada de arrebatarle al cuerpo la esencia de la vida, el alma, sin complejos prejuicios de por medio; todos somos almas en venta cuando se trata de morir. ¿Para qué vivir una vida esperando la muerte? Aunque, efectivamente, suene contradictorio, vivimos la muerte en nuestros subconscientes. En lo particular, abrazo la idea de una muerte sorpresiva y espontánea, y no es por cobardía, sino para evitar causar penas y llantos a los demás que me sobrevivirán. El que agoniza es el peor de los egoístas, es la llama que permanece encendida cuando la embiste el viento. Siempre he sido de la idea de morir, relativamente, joven; al menos disfrutar la vida plenamente siempre y cuando goce de la mayor parte de mis capacidades físicas y mentales, tengo miedo de depender de la “caridad” de los demás, de absorber el tiempo y la vida de los que me rodean, odiaría ser un bulto al que los hijos u otros parientes se rotan indiscriminadamente.
¿La muerte es menos poética que la vida?
La fría carencia de esperanza, envuelta en soledad,
Entre huesos y cenizas, necrópolis erigida ciudad,
Donde la luz pernocta en la eternidad,
Los sueños se materializan en recuerdos, la vida en estado de caducidad.
Dejaría el oxígeno en el aire, las palabras en igualdad,
La gélida materia de la mente, el cálido latir visceral,
Eternidad en un instante, el cuerpo y el alma en perfecto estado de libertad,
El cuerpo en cenizas al mundo a alimentar, el alma al viento vuela hacia la eternidad.
Saborea la muerte, es dulce néctar que se sirve, como la venganza,
Con los ojos bien cerrados, en un plato helado, y en la oscuridad de la soledad,
Vestida con harapos, desnuda al tacto, celosa amante y musa ejemplar,
Invisible en la fanfarria, los libertinos danzan con su sombra hasta la madrugada.
Dama incomprendida, le roba sueños a la humanidad,
El tiempo es su aliado en la lejanía, su señuelo la ansiedad,
Dama fría y decidida, abrázame y dame cobijo en la eternidad,
Cuando llegue mi hora será porque dejé vida plena detrás.
1 comentario:
Me encantó que abordaras el tema con las dos dimensiones: la muerte como ciclo y La Muerte, esa figura que causa más simpatía que temor (al menos en mi caso).
¿Será esa la clave para dejar de temerle? Materializarla para poder hacerla amiga y, en su momento, compañera de viaje.
¡Abrazos!
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