jueves, 4 de septiembre de 2008

Deseo Carnal

Sábado por la noche, la noche perfecta para ahuyentar a los fantasmas de una semana agobiante, las luces artificiales de la avenida principal de la diversión local atraían poco a poco a todas aquellas almas ávidas por un gramo de liberación. Un vehículo repleto de espíritu joven detiene su indeciso andar en el estacionamiento público ubicado entre una cantina de mala muerte y un after que apenas si había un alma dentro que recién ubicaba las mesas y los asientos en sus respectivos y cotidianos lugares. Lejos de ahí, las luces neón de un viejo anuncio gritaba a los transeúntes el viejo y conocido nombre de la discoteca de moda desde hace más de 5 años. La misma vieja rutina, la misma compañía, los mismos viejos chistes y las siempre honestas sonrisas de viejas amistades que día con día se consolidan entre el ausentismo laboral y los problemas del hogar. La decisión fue unánime, ¿qué más se podía hacer?, la verdad, esperar a que la noche pasara tranquila y al finalizar, las risas y los diálogos etílicos se evaporarán de la misma manera que la típica llovizna sabatina que nadie escucha pero todos disfrutan al salir de ese viejo antro, que la noche y la semana llegasen a su fin.

Las luces reflejadas en las paredes de la angosta taquilla indicaban la cercanía de la medicina necesaria para olvidar por unas cuantas horas, la trágica semana acontecida. Entró detrás de los demás, siempre de último, con la mirada perdida entre las luces hipnóticas que se enredaban entre sus pupilas y se perdían en su subconsciente. El ritmo incesante ampliaba el panorama de que las cosas serían como siempre, el mismo DJ en las consolas, el mismo escenario provisto de un grupo de bailarines improvisados contagiados por el beat aniquilante que se expulsaban de las bocinas, la misma gente, la misma botella, lo único nuevo en el ambiente resultó casi cómico que le robo uno pequeña sonrisa en su rostro, un letrero absurdo con una leyenda, casi o más absurda que el letrero mismo: Por Decreto Oficial se Prohíbe Fumar en este Establecimiento. El ambiente olía a libertad, en cada mesa, como signo de protesta, por lo menos había un cigarro prendido y a nadie que le importara.

La noche pasaba casi perfecta, casi rutinaria, casi de la misma manera en que pasaba todos los sábados por la noche. Sin embargo, ocurrió lo impensable, repasando los rostros de los parroquianos que semana con semana llenaban el recinto, apareció un rostro nuevo, casi angelical, de mirada viva, que se podría decir que emanaba luz propia, el cabello oscuro, largo y lacio, revoloteaba entre ráfagas de aire comprimido expulsado por extinguidores ejecutados por empleados del lugar, aquella imagen parecía irreal. Su piel era clara, de estatura media, y de aspecto relajado, era casi imposible que estuviera presenciando semejante regalo de los dioses. Como por arte de magia, o como si estuviera escrito en algún guión cinematográfico, ella volteo y así, pudo apreciar la claridad de su mirada, unos ojos de color verde aceitunados brillaban entre la oscuridad de discoteca, su maquillaje la hacía ver hermosa, con un cutis perfecto, unos labios carnosos de esos que provocan que cualquiera quisiera morir por besarlos, un cuello al descubierto y un escote pronunciado dejándole ver la sinuosa anatomía que podría enloquecer a cualquiera. Blusa negra atirantada, pantalón de mezclilla ajustado, marcando por completo el contorno de tan jugoso cuerpo que segundo a segundo se le antoja devorar. El sudor se le escurría por todo el cuerpo, de los nervios y del calor corporal latente después de horas y horas de baile a su alrededor, el contacto visual no se hizo esperar, ella no le reconoció, quizás porque nunca se habían topado en la vida previa a ese encuentro, pero el daño estaba hecho, se sonrieron tímidamente, pero se contuvo y se sirvió un nuevo vaso de ron, más agua que coca, pintado, no campechano. El primer sorbo fue casi espontáneo, quizás para agarrar valor, quizás para quitar el calor, el caso es que el contenido bajó hasta la mitad del contenedor de color fosforescente que iluminaba su rostro de manera casi perversa, casi hipnótica, casi sin vida.

La música continuaba a su alrededor, pero ni se inmutaba, estaba de pie, con la mirada fija entre esos hermosos senos y ese cutis indescifrable que acababa de descubrir, la sonrisa fría se transformó en una cálida alegría, casi al mismo tiempo en que sus pasos comenzaron la marcha hacia ella, con el semblante firme, la marcha constante al ritmo del Drum N’ Bass que explotaba de las bocinas del lugar, el ambiente resultaba frenético, más sin embargo no lo notaba, parecía como si el lugar estuviera vacío y solamente existiera ella ahí parada en su umbral tan única como su belleza y calidez. Sus pasos acercaban cada vez más sus cuerpos, el contacto era inminente.

De repente, algo interrumpió su andar, un hombro chocó accidentalmente su hombro, obligando el alto de su cuerpo. Era él, sin lugar a dudas era él, su presencia no podía corresponder a nadie más que a ella, llegaron juntos, no se había fijado, él venía del baño y ella ya lo estaba esperando de regreso. Titubeo una vez más, regresó a su mesa, se sirvió un trago más, aspiró una nueva bocanada de su cigarro que descansaba encima del cenicero plateado con el logotipo orgulloso del lugar. Era ahora o nunca pensó.

Reanudó su traslado en dirección a esos cuerpos despreocupados que se besaban y acariciaban sin importar quién los miraba, eran su objetivo, llegar hacía ellos y hacerse notar. El recorrido se sintió casi eterno, empujones, manos extrañas acariciaban accidentalmente su anatomía, un cigarro se apagó en sus brazos, no le dio importancia, solamente tenía una sola cosa en su cabeza, ese hermoso rostro de ángel que se había apoderado de su interior, esa mirada que no podía ser humana, esos labios que ansiaba morder, esos senos que necesitaba estrujar, esas nalgas que se antojaban nalguear, ese rostro que gritaba su nombre, estaba fuera de sí.

Al llegar, él la reconoció, las órbitas de sus ojos se abrieron hasta su máxima expresión, estaba en shock, sabía lo que iba a pasar, él la había dejado por ella. No le dio oportunidad de reaccionar, se le fue encima como una animal iracundo destrozándole el tan cuidado cutis, arrancándole las greñas a tirones, destrozándole la botella de un solo golpe en su duro trasero y apagándole el cigarro en sus enormes senos de silicón.

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