viernes, 17 de septiembre de 2010
Enrique Bunbury - Los Habitantes
miércoles, 15 de septiembre de 2010
¿Cuántas Lunas hay en Tu Rostro?
Fosilizadas en cada una de tus esperanzas,
Atrapadas en el eco de tus aullidos,
Que aún perturban a la madrugada.
¿Cuántas lluvias hay en tus ojos?
Cristalizadas en tus horizontes,
Disecadas en los descenlaces comerciales
De cada novela rosa que has vivido.
¿Cuántas estaciones han visitado tus suspiros?
Si en la primavera de tus ardores,
Se hallan los veranos de tus alegrías
Y las añoranzas de tus otoños,
En cada copo de nieve del invierno de tus lágrimas.
¿Cuántas palabras hay en tus manos?
Cada una que has callado
Y te has negado a escribir,
Algunas, han fallecido en el olvido.
¿Cuántas veces te has visto dentro de ella?
Cada que me atrapa en una mirada,
Y me ciega las penumbras con su sonrisa,
Es la enfermera de cada una de mis viejas heridas.
¿Cuántos pasos hay en el pasado de tus huellas?
Duraderas, superficiales, profundas,
Analíticas, desesperadas, embusteras,
Sólo un par caminan de frente, y son las que sigo.
¿Cuántas lunas hay en tus musas?
¿Cuantas musas hacen sólo una?
Somos materia exclusiva de nuestra intimidad,
Un brassiere en el piso, una sonrisa y un corazón.
Quique González - Averia y Redención
martes, 14 de septiembre de 2010
La Sustancia Tóxica
Que día con día podía volver a nacer,
Sostuve, bajo un aura de escepticismo,
Que el amor es un sentimiento, siendo un objetivo.
Deduje, analizando el vacío,
Que todas las palabras se las traga el Diablo,
Anduve, sin pies ni cabeza,
La ruta que circula la estúpida razón.
Cotidiano e incertidumbre,
Una búsqueda que comenzó cuando me encontré,
Deduciendo el camino recorrido,
Las pisadas rotas, la sustancia tóxica.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Las Huellas de mi Rostro
Dejando el peso de mis pensamientos
En cada una de las huellas
Que resbalan por mi rostro.
A gritos de silencio, anunciando,
Implorando una pausa a las arenas escurridizas,
Las huellas de su paso por mi rostro,
Ese viejo rastro de dolor y encierro.
A la mar, en el remanso de mi alma,
Escondo el genio de tirano
Que algún mal aire sembró en mi falso interno,
A la mar, invoco regándola a cada braceo.
Girando, latiendo, suspirando,
Soy un mar de fuego en plena tempestad,
Una letania olvidada bajo el hábito de amar,
Soy una historia contada, de la mitad hacia atrás.
Shuarma - La Única Opción
martes, 7 de septiembre de 2010
Delirium
Eran las 2:00 pm de una tarde soleada de verano. 38 grados. Un semáforo en rojo detenía el tráfico. Yo me encontraba al volante de un sedán color negro, con el aire acondicionado a todo lo que daba su capacidad. Acababa de detener el vehículo en cuanto fije mi atención en él. Encontré un espacio en el arroyo vehicular y me disponía a avanzar cuando noté su verdadera expresión. Dubitativo, su cuerpo lucía ajeno a la motricidad que ordenaba desesperadamente su cerebro. Dudaba en retroceder o avanzar. Para adelante, o para atrás. Con una bolsa de yeso recién comprada, se detuvo en el camellón, mientras los automóviles se iban juntando, esperando avanzar.
Me entró la curiosidad, o el sentimiento de "buen samaritano" y quería bajar para ayudarlo a cruzar. Algo en su mirada me indicaba lo erróneo que era mi pensar. Él, vivía en pie de guerra contra la realidad.
El cielo, en su mente, tenía un tono anaranjado, con manchas moradas, semejantes a nubes, salvo que éstas, ascendían y descendían a su propio antojo. Un mundo aparte, una existencia superficial desde el fondo mismo de su cerebro alterado.
Me observó detenidamente, con cierto odio, con un dejo de melancolía y rabia, mientras apretaba con fuerza la bolsa, el yeso parecía esfumarse en los poros que despedían el olor a azufre del infierno. Notaba que de mi aliento, surgían llamaradas en cada suspiro, no podía creerlo, mientras admirábamos mutuamente los cambios que se suscitaron ante este cambio de premisa.
Su Nemesis, el caballero de radiante armadura oscura, se convirtió en escamas, una bomba de gas y azufre a punto de estallar, lo observaba detenidamente, no podía correr, no podía atacarlo, se quedó petrificado por la impactante silueta que tenia de frente, y antes de que pudiese reaccionar, decidió atacar primero.
El motor rugía, la intensidad del calor estaba a punto de destrozar mi compresor. Sobre el cofre, el vapor se levantaba, alterando por un momento la realidad. Alcance a percibir su mirada perdida, aterrizada sobre el reflejo de si mismo en mis lentes, lucía determinado a hacer contacto. Pude percibir su distanciamiento.
Arremetió contra mi yo-dragón. El parpadeo del semáforo hizo que modificara la posición de mi palanca y mis pies se posaron en el clutch. Dejó caer su escudo brillante, y asestó un golpe en mi escudo de escamas natural. Sus ojos se agrandaron, parecía petrificado ante su incapacidad de cruzar la avenida, el miedo se reflejaba en sus ojos. Le escupí una torrente de fuego, deshaciéndole su armadura, arremetiendo a su ataque, lo contraataqué, lo detuve en seco, cayendo sobre el cesped que lo cubrió de serenidad, momentos previos a su final.
La luz verde apareció, y yo accioné el acelerador, precavido de mi viejo amigo, que aún seguia dudando si exponerse o abstenerse de hacerle frente a sus miedos. Su casco yacía en la hierba, su espada cayó y se encajó en una roca, destrozándola con su fino filo, cayeron hacía el acantilado. Uno a uno, los vehículos prosiguieron su camino, pasé delante de él, percatándome de su temblor, fui el último en pasar el semáforo, y pude ver en el retrovisor que aún me seguía mirando. Una lágrima cayó, rompiendo la línea roja que separaba sus pesadillas de sus más hermosos sueños. Puso un pie en la acera, y se perdió en el horizonte citadino, esperando a hacerle frente a otro yo-dragón, encerrado en un tu-caparazón.