Abstraído en aquella lectura absurda y barata, con los sonidos estridentes de un solo de guitarra combinado con teclados, unas cuantas bocanadas a su cigarrillo y unos sorbos, mejor dicho tragos desesperados a su brebaje, se perdió de nuevo en sus cavilaciones. El viento que le pegó súbitamente en el rostro contenía grandes cantidades de vapor hirviente, su rostro se llenó de arena, todo delante de sí era un vasto mar dorado y por encima un cielo azul profundo y sin una pizca de nubes en toda su extensión. Como si los ángeles se las hubiesen alejado para siempre, orillándolo a vagar bajo la incandescente luminosidad e intensidad del sol que, sin contemplaciones, le quemaban sus brazos desnudos y su frente despejada. Sentía que el cuello le quemaba, sus ropas no eran nada livianas, que sintió deseos de deshacerse de ellas, se despojó de su camiseta, tiró su calzado a la inmensidad del desierto. Era él contra sus fuerzas, eran él y sus manías en contra de lo que más temor le producía internamente. La soledad. Perderse dentro de sí, alejarse de lo material que le daba cobijo, desprenderse de sus propiedades físicas que lo mantenían entretenido en la vil opulencia de la vanidad, olvidarse de lo sentimental de compartir con su pareja momentos de intenso calor corporal para perderse en la frialdad de su interior. El astuto zorro que habitaba en él lo amedrentaba, la zigzagueante serpiente que le suturaba las sienes con sus artimañas para hacerlo perderse en sí. Un remolino de arena y polvo le cubrió los ojos, lo hundió en una duna, un barján astillado en medio de su penar, se arremolinaron sus pensamientos y crearon arenas movedizas debajo de sus pies.
Entre giro y giro, se desvaneció, se mezcló con la arena y se descubrió añadiéndole azúcar a su tercera taza de café, la revista estaba hecha trizas y ardiendo bajo la lumbre de su cigarrillo en la acera de enfrente de la cafetería.
Entre giro y giro, se desvaneció, se mezcló con la arena y se descubrió añadiéndole azúcar a su tercera taza de café, la revista estaba hecha trizas y ardiendo bajo la lumbre de su cigarrillo en la acera de enfrente de la cafetería.
2 comentarios:
Me acabo de aventar las tres partes y me gustó mucho. Tantas pero taaaantas historias que se tejen en la existencia del ser humano alrededor de una taza de café y dándole una calada al pitillo que sería incuantificable estarlos numerando.
El bosque: siempre es bueno cargar con nuestro metafórico machete para quitar de en medio toda esa hierba y maleza nociva que nos impide seguir caminando, las cuales tontamente solemos ponernos nosotros mismos. El cielo: el cielo, el paraíso, el nirvana es para todos, bueno no, más bien para todos aquellos que se compren la idea de su existencia. Ya sean metaleros, poperos, satánicos, escritores de banqueta y hasta putas tienen cabida ahí. El desierto: más de una vez me han poseído ganas desmedidas de perderme en un solitario y árido desierto donde las únicas voces que acompañen mis pasos sean las de mi perturbada mente preguntándose que carajos hacemos en ese lugar.
Buen relato Don. Saludos.
“Buenas Noches, Buena Suerte”
yes i have to agree am only on the third story am so like it, it's weird but i find it fascinating how your able to capture the readers attention osea casi como si hipnotizas a uno ja ja ja ja ja ja. en fin creo que haye identificado otra vez en ciertas partes de tu historia mas bien en dicha linia " Era él contra sus fuerzas, eran él y sus manías en contra de lo que más temor le producía internamente. La soledad." si es verdad es lo que mas da miedo pero alfinal creo que te acostumbras a ella casi se vuelva una amiga. bueno saludos y respetos metropolis keep up the good job :)
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