Pasada la media noche, subió por el sendero más obscuro de la montaña, la sombra de la luna, caminaba despacio, abstraído en sus pensamientos. Zigzagueaba por las siluetas sin forma que pertenecían a los árboles, arbustos y uno que otro animal silvestre que se cruzaba en su camino, sin percatarse en él. Se detuvo un instante, paralizado por la duda, sintió un escalofrío apoderarse de su piel, una gota de sudor le recorrió el rostro. Volteó.
Estaba sentado, en el portal de su cabaña, a orillas de la carretera que nacía en las afueras de la ciudad. El pasillo de la terraza era de madera, crujía a cada paso que se daba sobre ella y estaba poco iluminado por un par de focos que, intermitentemente, bañaban con su haz de luz las paredes enmohecidas de madera. Tenía la mirada perdida admirando la puesta de sol, a lo lejos, en el horizonte. Fumaba un habano que guardaba con recelo desde hace 10 años, un par de bocanadas cada año, esa misma noche de cada año.
Miró a lo lejos un río de luces, un reflejo artificial del manto estelar se extendía por debajo de sus pies. Reconocía cada una de las luces, podría jurar lo que sucedía detrás de cada ventana iluminada, no era novedad saber lo que pasaba bajo el farol de ese pequeño pueblo a orillas de esa vieja carretera olvidada por los automovilistas extranjeros. Quiso, e hizo el intento, de gritar hacía la línea negra que era el horizonte que dividía lo natural y maravilloso de lo artificial y absurdo, pero sintió que le faltó el aire. Llevaba caminando un par de horas. Cerró los ojos y aspiró el viento de la montaña.
Un par de luces de alta intensidad lo alejaron del ocaso, el habano se le cayó de la boca y le quemó la entrepierna. Súbitamente, se incorporó de su mecedora, pateando una botella de whiskey que tenía vacía a sus pies. La curva donde nacía el tramo de carretera donde se encontraba, en la soledad, la vieja cabaña del hombre, había sido violada en su tranquilidad por un vehículo a gran velocidad. La locura de esos neumáticos al hacer fricción con el pavimento desgastado, por años de nula rehabilitación, lo sacó de sus pensamientos. Una visión confusa se disperso en su mente. El olor a tabaco quemándose lo trajo de vuelta al presente.
Se incorporó de su letargo, abrió los ojos y regresó al sendero bajo la sombra de la luna. La niebla de la madrugada iba avanzando sobre el terreno, apoderándose de toda aquella oscuridad, la heladez de la bruma se apoderó de su piel, y lo envolvió por completo. Reanudó a ciegas su avanzada campaña, la espesa pared le jugaba una broma muy pesada a sus sentidos distorsionados. Tropezaba constantemente con las rocas, los arbustos y los árboles; no había animales en su camino al salir la niebla. Caminaba decidido, sin percatarse del rumbo pero consciente de su dirección. Habían pasado 10 años, una noche como esa misma noche.
Apagó con la vieja madera del piso, su habano. Incorporándose rápidamente debido a un grito que viajaba por el aire que soplaba en dirección del pórtico de su cabaña. Su nombre vibraba en sus tímpanos, su nombre como hace años no escuchaba pronunciar. Su cuerpo se erizó de pies a cabeza, una gota de frío sudor se deslizó a través de su espina dorsal. El ocaso había terminado y el cielo se obscureció súbitamente. El viento comenzó a soplar, deformando las copas de los árboles, cuyas siluetas en la penumbra se podrían apreciar a través del reflejo en el cristal de la ventana. A través del cristal, divisó un remanente de luz, un brillo cuasi espectral. Cerró los ojos y los abrió de inmediato, la oscuridad reinaba detrás de él. Prendió su encendedor de plata, y encendió de nuevo su habano. Sus manos temblaban.
La niebla se disipó, y entre sus primeras aberturas se asomó la luna. Se descubrió del otro costado de la montaña, bañado por la intensidad diurna del astro amarillo opaco. Se dejó caer de rodillas sobre el verde y obscurecido páramo, sus manos se posaron en su rostro, una gota, que no era de sudor, se le escurrió por entre los dedos, su cuerpo tembló de dolor, su alma volaba a su alrededor, fría y descolorada. Su cuerpo se desplomó y, de repente, comenzó a temblar.
Volteo por encima de sus hombros, y divisó la cresta de la curva. Se dio media vuelta y comenzó a avanzar en dirección a la carretera. La luz de la luna coloreaba y le daba brillo al desgastado pavimento. Su mirada recorrió la misma, desde el horizonte, hasta el punto donde se encontraba en la carretera. Se percató un contraste deforme a sus pies, un fragmento del pavimento imposible de alumbrar, devoraba la luz con su obscura intensidad, absorbiendo los pensamientos del pobre hombre. Una lágrima bien formada, se le apareció en el ojo izquierdo, al percatarse, se la enjugó con la manga de su camisa. Volteó la mirada por encima de su cabaña. La luna lo vislumbró desde la cresta de una empinada montaña. Aspiró de nuevo su habano, su lumbre le iluminó el rostro. Comenzó su camino.
Al cabo de un rato, su cuerpo se estabilizó y se reincorporó de nuevo. Frente a él, una pared de piedra se erigía en dirección al infinito, o al menos eso le figuró. Estaba desgastada, casi olvidada. Sus manos comenzaron a cavar una pequeña zanja debajo de ella, sus uñas rasgaban la tierra humedecida por el sereno que comenzaba a descender. Hasta que tocaron fondo, un cuerpo duro y deshecho raspó sus uñas. Su corazón palpitaba velozmente y sonrió. Por encima de la roca, una fuente de luz le devolvió lo sombrío a su rostro. Lo envolvió en su contorno, haciéndolo estremecer. No estaba listo, no estaba seguro.
Entró a la cabaña, encendió la luz y se adentró en ella. Un par de ojos a lo lejos, lo observaban, inmutables, sin atención aparente. Se metió al sanitario y se lavó el rostro, hizo gárgaras con el líquido y lo escupió en el lavabo. Se miró al espejo y se observó pálido. Una corriente de aire entro por la ventana, y volvió a escuchar su nombre, de la misma forma, con la misma intensidad, con la misma voz. Se sintió estremecer. Escuchó con atención una pregunta que le hizo el viento ¿Estas listo? No supo qué contestar. Salió apresuradamente del baño y se quedó paralizado ante el retrato de su mujer. La sintió viva, pero no lo estaba desde hace 10 años. Lloró.
Volvió a cerrar los ojos, pero esta vez, la extraña luz no se disipó, ahí estaba justo frente a él. Flotando en el tiempo y el espacio que se encontraba justo enfrente de él. Escuchó de nuevo su nombre, la pregunta, y algo más. Un silbido, un guiño de voz en el viento. Cerró por unos instantes sus ojos, y los volvió a abrir. Ahí estaba él, justo enfrente de ella, y debajo de ellos, su cuerpo sin vida; y a lo lejos, las luces artificiales, se apagaron. En el horizonte, un nuevo día comenzaba. Y en el interior de su cabaña, un retrato compartido por su amada y él a un costado.
domingo, 24 de mayo de 2009
Al Otro Lado de la Montaña
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2 comentarios:
muy interesante esta esto... me llamo much la atencion: me gustaria que pases por mi blog y me digas que opina de este nuevo concurso que esta tirando doritos por la ventana
Qué buena historia. Creo que es difícil no verse reflejado en algunas partes. Buen sabor de boca Don, seguimos por aquí. Saludos.
“Buenas Noches, Buena Suerte”
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