Caminaba sin rumbo fijo, era un domingo nublado de finales de año, el frío le impedía respirar, cada bocanada de aire era casi un martirio para sus desgastados pulmones, fumar era un vicio del cual no podía, por más que lo intentaba, escapar. Sumido en sus pensamientos, los demás transeúntes se convertían en obstáculos móviles que se empeñaban en desviarlo de su aleatorio andar, volteaba hacia ninguna parte, buscando nada en particular, simplemente avanzaba como si a cada paso que daba, le diera cuerda a sus razonamientos.
No transitaba por las calles vacías, las evitaba, doblaba las esquinas donde veía un notorio conglomerado de pasos y cabezas, sus piernas zigzagueaban entre otras piernas, sus hombros chocaban constantemente contra otros, sin escuchar ni decir las debidas disculpas por la torpeza al caminar. Su cabeza estaba muy por encima de su cuerpo, sus piernas se movían como si quisieran escapar, sus manos se negaban a llevar el ritmo errático que su corazón le dictaba, todo su cuerpo era una muestra de rebeldía que se ocultaba debajo de su piel. Parecía que huía de algo, nunca volteó hacia atrás y para nada caminó por los mismos pasos que ya había dado, como si su andar aleatorio hubiese sido previamente planeado. El mar de gente lo transportaba hacía donde él inconscientemente quería ir.
Caminaba como si la vida se le fuera en ello, pasó colonias, parques, centros comerciales, cantinas; muchos ojos lo miraron, otros, ni siquiera se percataron de su presencia. Prendía incesantemente un cigarrillo tras otro, si alguien se hubiese preocupado, hubiese notado el rastro de humo que dejaba a su paso, un hilo casi invisible que se desvanecía sin dejar rastro, junto a sus pensamientos. Estaba haciendo limpieza, quitando peso de su cabeza, y a cada paso que daba, su cuerpo se elevaba, su mente depuraba archivos sin sentido, podía sentir la brisa fría helar sus orejas, tapar sus orificios nasales, complicar su respiración, pero seguía avanzando, dejando detrás de sí las huellas del humo azulado que de sus pulmones emanaba.
Por primera vez en todo su recorrido, se detuvo. Sus extremidades se reconectaron, su mirada bajó de los cielos, su corazón marcaba el paso y su cerebro coordinaba las acciones. Parpadeó, como si con esos rápidos movimientos recobrase la orientación, y así mismo, la vida. Volteó, se encontraba en el umbral de un hotel desangelado, el lobby estaba vacío y medio iluminado, mejor dicho, a oscuras. Giro sobre sus pasos, y comenzó a andar, como si hubiese llegado a su destino. Se escuchó un timbre, y las puertas del elevador se abrieron, cerrándose instantáneamente detrás de él, como si lo hubiesen estado esperando.
Lentamente, y con una voz que rezumbaba en aquél pequeño espacio, subió sin detenerse, sin percatarse siquiera que no había oprimido botón alguno, vio la numeración avanzar poco a poco, no supo cuanto tiempo estuvo encerrado, pero si estaba consciente que el final del camino estaba cercano, se acomodó la ropa y se paró frente a las puertas del elevador. Inmediatamente, el timbre volvió a sonar, al abrirse las puertas, el destello del sol lo cegó, el frío le congeló los pulmones, y su cuerpo se quedó inmóvil al salir del compartimiento móvil.
Se mantuvo estático, con la mirada perdida y el corazón ausente. No se dio cuenta del tiempo, perdió la lucidez momentánea que había recuperado en el umbral del hotel. De repente, sus piernas comenzaron a moverse, sus brazos se elevaron, como si quisieran alcanzar el cielo. Se detuvo a la orilla del pretil de la azotea, su mirada se esfumó hacia el horizonte, prendió espontáneamente un cigarrillo, lo fue consumiendo poco a poco, sin prisa alguna, disfrutando el sabor, aguantando la respiración tras cada una de las 20 aspiradas que acostumbraba a sacarle a un cigarrillo. Su mente había quedado completamente vacía, su corazón estaba detenido, su respiración se hacía cada vez más tenue. Perdió el equilibrio, su cuerpo se fue de frente…y cayó.
Su cuerpo sin vida se iba deshaciendo a cada milésima de segundo que duraba su caída, a ese paso, sería polvo al llegar a la banqueta poblada de gente, en silencio los sorprendería. Un instante antes de tocar el suelo, se percató de algo que lo dejó helado. Una cortina de humo se alejaba del lugar, apartándose de la multitud, enfilándose rumbo a una calle vacía y poco iluminada. Se deshizo por completo, salió volando por los aires y se perdió mezclado entre un torbellino de polvo que volaba hojas secas y bolsas vacías de plástico.
Una sonrisa se dibujó en los labios de un caminante solitario, prendió un cigarro y se dirigió con pasos seguros hacía un nuevo camino. Volteó por única vez por encima de sus hombros, y suspiró una fuerte cortina de humo que borró detrás de sí sus huellas. Volvió a transitar sin temor sobre sus viejos pasos, retomó calles que ya había caminado, miró a los ojos a los demás transeúntes, y se dirigió a su destino, como si esto nunca hubiese pasado.
The Verve - Bittersweet Symphony
No transitaba por las calles vacías, las evitaba, doblaba las esquinas donde veía un notorio conglomerado de pasos y cabezas, sus piernas zigzagueaban entre otras piernas, sus hombros chocaban constantemente contra otros, sin escuchar ni decir las debidas disculpas por la torpeza al caminar. Su cabeza estaba muy por encima de su cuerpo, sus piernas se movían como si quisieran escapar, sus manos se negaban a llevar el ritmo errático que su corazón le dictaba, todo su cuerpo era una muestra de rebeldía que se ocultaba debajo de su piel. Parecía que huía de algo, nunca volteó hacia atrás y para nada caminó por los mismos pasos que ya había dado, como si su andar aleatorio hubiese sido previamente planeado. El mar de gente lo transportaba hacía donde él inconscientemente quería ir.
Caminaba como si la vida se le fuera en ello, pasó colonias, parques, centros comerciales, cantinas; muchos ojos lo miraron, otros, ni siquiera se percataron de su presencia. Prendía incesantemente un cigarrillo tras otro, si alguien se hubiese preocupado, hubiese notado el rastro de humo que dejaba a su paso, un hilo casi invisible que se desvanecía sin dejar rastro, junto a sus pensamientos. Estaba haciendo limpieza, quitando peso de su cabeza, y a cada paso que daba, su cuerpo se elevaba, su mente depuraba archivos sin sentido, podía sentir la brisa fría helar sus orejas, tapar sus orificios nasales, complicar su respiración, pero seguía avanzando, dejando detrás de sí las huellas del humo azulado que de sus pulmones emanaba.
Por primera vez en todo su recorrido, se detuvo. Sus extremidades se reconectaron, su mirada bajó de los cielos, su corazón marcaba el paso y su cerebro coordinaba las acciones. Parpadeó, como si con esos rápidos movimientos recobrase la orientación, y así mismo, la vida. Volteó, se encontraba en el umbral de un hotel desangelado, el lobby estaba vacío y medio iluminado, mejor dicho, a oscuras. Giro sobre sus pasos, y comenzó a andar, como si hubiese llegado a su destino. Se escuchó un timbre, y las puertas del elevador se abrieron, cerrándose instantáneamente detrás de él, como si lo hubiesen estado esperando.
Lentamente, y con una voz que rezumbaba en aquél pequeño espacio, subió sin detenerse, sin percatarse siquiera que no había oprimido botón alguno, vio la numeración avanzar poco a poco, no supo cuanto tiempo estuvo encerrado, pero si estaba consciente que el final del camino estaba cercano, se acomodó la ropa y se paró frente a las puertas del elevador. Inmediatamente, el timbre volvió a sonar, al abrirse las puertas, el destello del sol lo cegó, el frío le congeló los pulmones, y su cuerpo se quedó inmóvil al salir del compartimiento móvil.
Se mantuvo estático, con la mirada perdida y el corazón ausente. No se dio cuenta del tiempo, perdió la lucidez momentánea que había recuperado en el umbral del hotel. De repente, sus piernas comenzaron a moverse, sus brazos se elevaron, como si quisieran alcanzar el cielo. Se detuvo a la orilla del pretil de la azotea, su mirada se esfumó hacia el horizonte, prendió espontáneamente un cigarrillo, lo fue consumiendo poco a poco, sin prisa alguna, disfrutando el sabor, aguantando la respiración tras cada una de las 20 aspiradas que acostumbraba a sacarle a un cigarrillo. Su mente había quedado completamente vacía, su corazón estaba detenido, su respiración se hacía cada vez más tenue. Perdió el equilibrio, su cuerpo se fue de frente…y cayó.
Su cuerpo sin vida se iba deshaciendo a cada milésima de segundo que duraba su caída, a ese paso, sería polvo al llegar a la banqueta poblada de gente, en silencio los sorprendería. Un instante antes de tocar el suelo, se percató de algo que lo dejó helado. Una cortina de humo se alejaba del lugar, apartándose de la multitud, enfilándose rumbo a una calle vacía y poco iluminada. Se deshizo por completo, salió volando por los aires y se perdió mezclado entre un torbellino de polvo que volaba hojas secas y bolsas vacías de plástico.
Una sonrisa se dibujó en los labios de un caminante solitario, prendió un cigarro y se dirigió con pasos seguros hacía un nuevo camino. Volteó por única vez por encima de sus hombros, y suspiró una fuerte cortina de humo que borró detrás de sí sus huellas. Volvió a transitar sin temor sobre sus viejos pasos, retomó calles que ya había caminado, miró a los ojos a los demás transeúntes, y se dirigió a su destino, como si esto nunca hubiese pasado.
The Verve - Bittersweet Symphony
2 comentarios:
Muy bueno! Me declaro fan de tus cuentos, aunque ya hacía mucho que no subías uno. :D
Maravillosa forma de empezar el mes caballero!!!!!
Me ha encantado, bien podría ser una "Pérdida" aunque, en este caso, es un fin, un comienzo, una revolución (más que evolución...)
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